Hoy leí en El Universal la entrevista que le hizo Roberto Giusti a Yeiker Guerra:

http://www.eluniversal.com/nacional-y-politica/140305/lo-mejor-que-me-ha-pasado-es-estudiar-en-universidad-privada

Considero que esta entrevista entraña grandes lecciones que debemos asimilar. Creo que no exagero al decir que entraña la respuesta a un enigma que ha rondado a la oposición por años. Quiero resaltar los siguientes puntos:

1) Los jóvenes de los barrios tienen un profundo e insatisfecho deseo de pertenecer a algo. Dice Yeiker sobre su experiencia en el Modelo de las Naciones Unidas, que fue determinante para él: “Estaba en cero [en términos de conocimientos], pero eso no me importaba porque sabía que aprendería impulsado por el deseo de pertenecer a algo. Un anhelo que tienen muchísimos jóvenes del barrio. Que llegue alguien y te integre a un grupo con una finalidad.”

2) El chavismo tuvo éxito en parte porque satisfizo ese deseo de pertenecer a una causa, pero en este momento los jóvenes no compran más el mensaje: “Hay dirigentes del oficialismo con buenas intenciones, pero el discurso ideológico aleja a los jóvenes porque contrasta con la realidad que viven y ellos lo saben. Por eso, cuando tú le preguntas a uno de esos dirigentes por qué estamos como estamos, automáticamente responde que es culpa de los EEUU y ahí se arma el debate. Yo les replico: ‘¿Cuándo a ti te matan a alguien se lo achacas a EEUU? ¿Si no consigues la comida, es responsabilidad de EEUU?’ Ellos, como todos, sufren la realidad, pero el cassette lo tienen metido en la mente.”

3) Sobreviven en la gente de los barrios profundos recelos contra la clase media: “cuando tuve la oportunidad de decirle a un amigo que estudiaría en una universidad privada, me dijo: ‘Yeiker, no lo hagas. Ahí todos son unos sifrinos. Te van a mirar mal’”

3) No obstante, cuando jóvenes de los barrios interactúan con jóvenes de otras clases sociales, se dan cuenta que no son enemigos sino que comparten valores y sueños: “la experiencia del Modelo de la ONU […] me tumbó los prejuicios y donde supe, casi desde el principio, que esos muchachos eran como yo, tenían las mismas ideas y las mismas ganas de salir adelante.”

4) Los jóvenes del barrio asimilan el interactuar con jóvenes de otras clases sociales como una experiencia muy enriquecedora: “Me ha ido muy bien [en la Universidad Monteávila, en la que estudia por una beca] porque he conocido gente valiosa. Gente que antes, me decían, era mi enemiga. Eso me impactó profundamente y ha sido lo mejor que me ha pasado.”

Yo concluyo lo siguiente: El chavismo ya perdió el poder de aglutinar a nuevos seguidores, y eso sentencia su final como movimiento de masas. Los jóvenes ya no compran la ideología chavista. No obstante se mantienen grandes recelos y resentimientos hacia las clases medias en las clases populares. La manera de vencer esa división es reuniendo a los jóvenes del barrio con los de los demás sectores del país, dándoles un sentido de misión y pertenencia compartido. Cuando la oposición logre esto, el chavismo estará definitivamente perdido.

La pasividad de las clases populares

Las recientes protestas en Venezuela permiten inferir que el país sigue dividido en dos grupos políticos de similar tamaño, con las clases medias firmemente opuestas al gobierno y los sectores populares divididos entre un grupo relativamente minoritario también opuesto al gobierno y un grupo mayoritario en una actitud de relativa indiferencia ante el conflicto. Si bien es significativo, y desde el punto de la oposición, positivo, que los sectores de menores recursos no estén apoyando activamente al gobierno, resulta preocupante que los graves problemas que atraviesa el país no hayan logrado aún concitar su apoyo masivo a la causa opositora. Al igual que el resto del país, los sectores populares se encuentran descontentos por la falta de oportunidades, la escasez, la inflación y la inseguridad; consideran que el gobierno es ineficaz, pero aún así no se suman a la causa opositora. Desde luego, hay opositores en los barrios y muchos de ellos han participado en las muchas protestas que han ocurrido, pero las zonas populares no se han sumado de manera masiva a la protesta.

La pasividad de las clases populares descontentas constituye para la oposición el principal problema a resolver. Sin un amplio apoyo popular, sin una auténtica alianza policlasista, no se podrá obligar al gobierno a cambiar su actual ejecutoria. Mucho menos se podrá reemplazar al gobierno, y si por alguna casualidad esto llegase a pasar, no podría consolidarse una democracia plural que enterrara definitivamente el sectarismo de estos últimos quince años. Todo esto ha sido claramente explicado por varios líderes y analistas opositores. No obstante, no parece haber claridad sobre el camino que debe seguirse para sumar el apoyo de los sectores populares, principalmente porque no hay claridad sobre las causas que inhiben la participación popular en la causa opositora. Las diferencias en la manera de concebir la estrategia política en el fondo reflejan diferencias en el diagnóstico de la situación. Se ha dicho que la amenaza de acciones violentas por partes de los colectivos impide la masificación de la protesta en los barrios; quienes sostienen que esta es la única causa de la pasividad de los barrios concluyen que no es necesario articular nada más, que ya el movimiento es mayoritario y lo único que hay que hacer es despertar a un pueblo ya sumado a la causa. Quienes así opinan cometen un error que puede resultar muy costoso. La amenaza de coacción por parte de los colectivos es sin duda real, pero los sectores populares muestran pasividad incluso en situaciones en las que dicha coacción no está presente: Los estudios de opinión reflejan la misma división de la población en dos toletes de tamaño relativamente similar, y confirman la paradoja de la coexistencia de insatisfacción popular e indiferencia hacia la actividad de la oposición. Definitivamente, algo más aparte de la amenaza de coacción hace falta para explicar por qué una población genuinamente descontenta no se opone activamente al gobierno.

Venciendo la desconfianza

La pasividad de los sectores populares refleja, principalmente, desconfianza hacia la dirigencia política opositora. Sobre las causas de esta desconfianza hay las más variadas hipótesis. Observadores cercanos al gobierno indican que nunca el pueblo confiará en quienes dirigieron ‘la cuarta repúbica’, mientras que analistas comprometidos con la estrategia de la MUD señalan que la oposición radical asusta a los sectores populares hasta hace poco entusiastas del chavismo y ahora descontentos; que bastaría que esos radicales dejasen de hacer ruido para construir una amplia mayoría política. Unos y otros se equivocan. El error de los primeros resulta evidente al apreciar que entre el 7 de Octubre y el 14 de Abril Henrique Capriles logró aumentar su votación en unos 800,000 votos a expensas del chavismo. El de los segundos queda expuesto al observar que entre el 14 de Abril y el 8 de Diciembre del 2013 la oposición no logró sumar nuevos votos a sus filas, a pesar de que su mensaje estuvo caracterizado por los mismos llamados a la inclusión y conciliación que se siguieron hasta el 14 de Abril. Claramente, la estrategia que hasta el momento han seguido la MUD y Capriles, meritoria como es, parece haber llegado a su techo y luce incompleta.

Sostengo que la pasividad actual de las clases populares tiene sus raíces en una profunda desconfianza con los políticos en general (de oposición o de gobierno), una desconfianza que es anterior a 1998, que causó el derrumbe de la República Civil, y que Chávez sólo logró vencer a través de su carisma personal y a través de la promesa de la democracia participativa. Sostengo también que Chávez no cumplió esa promesa, y que si logró mantenerse en el poder fue porque por un lado disponía de grandes recursos financieros, y por otro tenía con los sectores populares lo que los politólogos llaman un ‘enlace carismático’. Los pobres creían en Chávez porque pensaban que él velaba por ellos, sentía por ellos, que era uno de ellos. Como Boves en el siglo XIX, creó en sus seguidores una ciega lealtad ofreciéndoles no sólo recompensas materiales – el botín de guerra en el caso del primero, las misiones en el caso del segundo – sino también simbólicas: Por un lado, la venganza, por otro, la dignidad de saberse parte de un movimiento poderoso liderado por un jefe que los respetaba, que comía con ellos, vivía entre ellos, y que se dirigía a ellos como iguales. Una vez muerto el caudillo ningún político inspira ese tipo de lealtad. Mientras tanto, el virus de la antipolítica, que allanó el camino para Chávez, sigue vivo en el cuerpo social. La antipolítica, que no es otra cosa que el resentimiento hacia los políticos, creó al chavismo y hoy, luego de tanto error y abuso, es ese resentimiento el que lo mantiene en el poder. Es el resentimiento, y la desconfianza que este implica, el que impide que grandes grupos de los pobres se sumen activamente a la oposición a pesar de estar descontentos con el actual gobierno.
Para vencer a la antipolítica no es suficiente demostrarle a los barrios que los dirigentes se preocupan por ellos, ni siquiera es suficiente que los barrios se sientan ‘representados’ por los principales líderes de la oposición: Es necesario que los habitantes de los barrios se sientan parte integral del movimiento, con voz y voto en las principales decisiones de la oposición y con canales efectivos de comunicación con su dirigencia. En resumen, es esencial que la oposición cumpla la promesa de participación popular que Chávez formuló y no cumplió. Para que esto ocurra, los líderes de la densa red de organizaciones que hacen vida en los barrios deben incorporarse a una estructura de toma de decisiones, aún inexistente, que debe diseñarse para procesar y armonizar los puntos de vista tanto de los líderes de los barrios como del resto de las organizaciones de la sociedad. En suma, los líderes de las organizaciones de los barrios deben ser incorporados como iguales dentro de la dirigencia ampliada de la oposición. Esto debe lograrse mediante un esfuerzo visible y sostenido.

El trabajo a realizar tiene ciertos paralelos con el realizado por Acción Democrática en la fundación de la República Civil. El Pacto de Punto Fijo no fue tan sólo una alianza entre dos partidos, fue también, y de forma esencial, un convenio entre los partidos y las principales fuerzas sociales de la época: empresarios, trabajadores urbanos, campesinos. Desde luego, este convenio tenía pies de barro pues se apoyaba en un modelo económico que a la larga resultaría inviable, pero la idea de un amplio convenio social era acertada y sigue siendo pertinente. Una alianza policlasista permitió crear la democracia plural de la República Civil, y sólo una alianza policlasista permitirá crear una democracia plural en el futuro. No obstante estas similitudes, es necesario resaltar que la situación actual difiere de la de 1958 en varios aspectos de gran relevancia. En primer lugar, la sociedad venezolana actual es mucho más compleja que la de entonces, por lo que una incorporación efectiva de la sociedad al sistema político no puede garantizarse, como antaño, con un número limitado de interlocutores. En particular, la presencia sindical no puede garantizar la incorporación de los sectores populares en un país en el que gran parte de ese sector social vive en la economía informal. Por ello es necesario incorporar al liderazgo de las múltiples organizaciones sociales – se encuentren o no en los barrios. En segundo lugar, para asegurar transparencia, las discusiones deben ocurrir a la luz pública, no en trastiendas y cenáculos. Deben institucionalizarse las asambleas ciudadanas, y debe desarrollarse una metodología para asegurar que estas recojan efectivamente la participación popular y sean efectivas para informar las decisiones políticas. En tercer lugar, no disponemos ya del expediente de una renta petrolera virtualmente ilimitada, por lo que la discusión no se debe centrar sobre cómo repartir la dicha renta, sino sobre cómo crear las condiciones para que cada quien progrese con su propio esfuerzo. En cuarto lugar, la sociedad – y esto vale para todas las clases sociales – no aceptará el tutelaje de los partidos políticos. La amplia red de organizaciones que conocemos con el nombre de sociedad civil son celosas de su independencia y no permitirán ser mediatizadas por los partidos. Éstos deben recoger, interpretar y armonizar las demandas articuladas por estas organizaciones, no buscar imponer sobre ellas sus propias agendas.

Más allá del positivismo y del leninismo

Lograr una incorporación efectiva de todos los sectores del país, incluyendo a los populares, requiere deslastrarnos de prejuicios muy profundamente arraigados en la conciencia política venezolana. Requiere superar una mentalidad, paternalista en el mejor de los casos y elitista en el peor, que ve en el ciudadano común, y en particular en el de menores recursos, un receptor pasivo de soluciones más que un interlocutor válido y necesario en el proceso democrático. Esta mentalidad afecta por igual a todas las tendencias políticas del país. Esto no sorprende dado que los principales tributarios del pensamiento político nacional – el positivismo que inspiró los gobiernos de la hegemonía andina y el leninismo que hizo lo propio con Acción Democrática y por extensión, con el resto de los partidos venezolanos e incluso con el chavismo – son igualmente elitistas: ambos suponen la existencia de una élite iluminada, que en un caso se piensa que disciplinará al pueblo y lo educará para el capitalismo y el progreso, y en el otro se piensa que lo conducirá a la revolución. Requiere superar la idea de que “el pueblo” es incapaz de escuchar y procesar verdades “impopulares”, formular sus planteamientos en forma productiva y madura y llegar a acuerdos con los demás sectores del país. Requiere que veamos en los habitantes de los cerros a ciudadanos con las mismas ansias de superación que el resto de la sociedad, igualmente preocupados por las penurias económicas y el azote de la inseguridad, y con la misma capacidad de ser parte de la solución.

Los acontecimientos de Túnez, Egipto, Libia, Bahrein e Irán tienen un carácter contradictorio. Por un representan la esperanza en la democratización de una importantísima región del mundo, esperanza por la cual centenas de miles de jóvenes están arriesgando sus vidas. Por otro lado, estos acontecimientos traen consigo el riesgo de la implantación de regímenes fundamentalistas o incluso de una teocracia pan-regional.

Es de preguntarse qué pensaría el fallecido politólogo Samuel P. Huntington sobre lo que está pasando en el Medio Oriente. Él escribió varias obras que cobran relevancia en relación a los acontecimientos actuales. De sus muchos libros, el que ha recibido más atención en los últimos años es ‘The Clash of Civilizations’ (1997), que, en la medida que existe el riesgo de que estos países sean capturados por el fundamentalismo, ciertamente tiene que ver con lo que está pasando. No obstante, frente a estos acontecimientos también son relevantes “Political Order in Changing Societies” (1968) y “The Third Wave of Democratization” (1991). Lo interesante, es que la relevancia de estas obras vis-a-vis los acontecimientos actuales es contradictoria. Como los que protestan en el medio oriente aparentemente buscan la democratización y el respeto a los DDHH, conceptos pertenecientes al ámbito de la democracia liberal, que según Huntington 1997 no tiene cabida en las sociedades del medio oriente, los acontecimientos actuales parecen refutar a este Huntington de 1997. Por otro lado, estos mismos acontecimientos parecen apoyar lo escrito en Huntington 1968 sobre la tendencia a la democratización causada por ciertos fenómenos que van de la mano con el desarrollo económico, fenómenos como la urbanización y el aumento del nivel educativo. Así, los acontecimientos actuales parecen validar a Huntington 1968 y refutar a Huntington 1997. Pero….si los extremistas toman el poder, pudiera ser que Huntington 1997 se validase.

Lo que está en marcha en el Medio Oriente también tiene que ver con lo escrito por Francis Fukuyama en «El Fin de la historia y el último hombre». La tesis de este libro es que no hay alternativa en el mundo actual a la democracia liberal, que los pueblos – independientemente de su cultura – tienen, todos, una aspiración por la dignidad, y que nada satisface esa aspiración como el ideal de la democracia liberal. Por lo tanto, todos los pueblos aspiran a vivir en este orden político, y de ahí su supuesta ‘inevitabilidad’. Yo no necesariamente compro la parte de la ‘inevitabilidad’ – pero nuevamente, el hecho que los jóvenes que protestan lo hagan pidiendo una democratización que durante décadas se ha dicho es ajena a su cultura y a su religión, tiende a apoyar el resto del argumento de Fukuyama.

De cualquier forma, es muy temprano para hacer juicios, pues no sabemos lo que pasará. De lo que sí estoy seguro es que estamos viendo a la historia hacerse frente a nuestros ojos. Dependiendo del nivel de organización relativo de los distintos grupos sociales enfrentados, esto pudiera salir muy bien o muy mal. Pudiera convertirse en una ‘cuarta ola’ de democratización (que continuase a la ‘tercera ola’ descrita por el mismo Huntington en 1991), o pudiese convertirse en el núcleo para la formación de una teocracia pan-regional. Nuevamente, Huntington 1968 (o 1991) contra Huntington 1997. Dependiendo de cuál de los Huntington gane, el mundo cambiará en una u otra dirección.

Por el momento, pareciera que la tendencia mayoritaria de la gente es en la dirección de la democratización, y esto ciertamente parece apoyar la tesis de Fukuyama. Las fuerzas de la globalización, entre ellas la disponibilidad de tecnologías que ponen al alcance de cualquier persona lo que está ocurriendo en cualquier parte del mundo, parece haber causado un quiebre generacional, una aspiración compartida independientemente del bagaje cultural, tendiente a la democratización y al respeto a los derechos humanos.
Sin embargo, la gran duda actual es sobre el nivel de organización relativo de los diferentes grupos sociales. Los grupos de tendencia teocrática están muy bien organizados por el simple hecho de que su organización ha nacido de la misma organización religiosa, porque tienen décadas en formación, y porque tienen el apoyo de grupos más radicalizados a nivel regional, grupos que tienen know how y capacidad de movilización. Por eso, aunque creo que esos grupos no son mayoritarios, sí hay un riesgo de que gracias a su mejor organización logren tomar el poder. Nos engañaríamos si pensáramos que una minoría bien organizada no puede tomar el poder a pesar de no tener el apoyo de la mayoría. Siguiendo a Mancur Olson (La Lógica de la Acción Colectiva), tenemos que admitir que grupos pequeños bien organizados pueden tener una ventaja sobre grupos más grandes pero peor organizados.

Es más, creo que es razonable suponer que si no fuese gracias a las nuevas herramientas de redes sociales como Facebook y Twitter, la protesta hubiese sido imposible o por lo menos mucho más difícil – las mayorías no hubiesen podido resolver el problema de la acción colectiva, a pesar de su desagrado por el orden político existente. La Internet ha sido sin duda un protagonista al facilitar la organización de la protesta, pero la capacidad de este medio también tiene límites. Por eso pienso que el nombre del juego ahora es la organización de las fuerzas democráticas. Eso debe estar ocurriendo en este mismo momento, lejos de nuestra vista, de manera seguramente caótica. Del éxito de estos esfuerzos podría depender el futuro de la región como un todo.

El marxismo es sin duda una religión. Como toda forma inferior de la vida religiosa, ha sido continuamente usada, para usar la adecuada frase del mismo Marx, como un opio de los pueblos

 Simone Weil – Citada por Raymond Aron en “El Opio de los Intelectuales”

El reciente hallazgo de decenas de miles de toneladas de alimentos importados por PDVAL en estado de descomposición ha generado una reacción típica dentro del chavismo: Se ha culpado al responsable de PDVAL de ser un ‘enemigo del proceso’, un ‘infiltrado’, una ‘ficha de la derecha’.

 Estas reacciones son completamente previsibles, dada la creencia, muy extendida en el chavismo, de lo que podríamos llamar ‘el mito del enemigo interno’. Según los chavistas, todo lo malo que ocurre en ‘el proceso’ es producto de la derecha endógena, de los enemigos internos, de los infiltrados de la oposición. De manera consistente con el maniqueísmo propio de los movimientos caudillistas, el chavista piensa que todo lo bueno proviene de la revolución, y que todo lo malo, por definición, es contrario a la revolución y por lo tanto no puede nacer de la revolución.

 Estas reacciones traen a la memoria a “El Opio de los Intelectuales”, aquella polémica que en 1955 publicó el gran intelectual francés Raymond Aron y en la que desnudó los mitos que sostenían la creencia que muchos intelectuales supuestamente humanistas tenían en el comunismo, a pesar de la abrumadora evidencia de su carácter tiránico y criminal. En este sentido, y siendo el chavismo un heredero – si no el principal heredero – del pensamiento socialista en el siglo XXI, no sorprenden las similitudes entre las creencias socialistas de mediados del siglo XX y las creencias chavistas de hoy.

El mito del enemigo interno es un recurso propagandístico muy conveniente, pues ofrece a una explicación que es al mismo tiempo psicológicamente tranquilizadora y universalmente aplicable a cualquier realidad que ponga en tela de juicio la eficacia, la justicia, o cualquiera de las supuestas bondades de la revolución. Al aceptar el mito del enemigo interno como parte integral de su credo revolucionario, el chavista no tiene que esforzarse para entender las razones por las cuales medidas supuestamente preñadas de nobles objetivos terminan teniendo resultados desastrosos. En consecuencia, puede decirse que el mito del enemigo interno es por un lado la renuncia al análisis y la autocrítica, y por otro la vía segura para calmar la conciencia revolucionaria. Junto con la creencia en la inevitabilidad histórica de la revolución, en el colapso imparable del capitalismo, el mito del enemigo interno es el mecanismo ideal para hacer a la ideología revolucionaria refractaria a los hechos, y por tanto para mantener la cohesión de los fieles. Estas creencias complementarias – la de la inevitabilidad histórica de la revolución y la del enemigo interno – son, parafraseando a Marx y a Aron, el opio de los revolucionarios.

Si no existiera el mito del enemigo interno, al chavista no le quedaría otra opción que pensar, seriamente, por qué medidas supuestamente progresistas terminan teniendo un impacto generalmente contrario al buscado. En ese caso, ninguna de las respuestas viables le resultaría agradable. Si se niega la existencia del infiltrado, un fracaso notorio sólo puede deberse a la incompetencia o a la corrupción. Y lo que es peor, se debería aceptar que la incompetencia y la corrupción pueden existir dentro de la revolución o incluso – horror de horrores – que pueden causadas por la revolución, es decir, que pueden ser consecuencia inevitable de las prácticas “revolucionarias”.

Desde luego, esta última opción es en realidad la causa de los malos resultados de la revolución. Cuando se pierden decenas de miles de toneladas de alimentos, cuando se paralizan todas las turbinas de una central termoeléctrica, cuando se encuentran enormes corruptelas, no es por la existencia de ningún ‘enemigo interno’ – es simplemente porque el gobierno le asigna un poder y una discrecionalidad extraordinaria a infinidad de funcionarios medios que operan sin ningún control. En esas condiciones, la corrupción será generalizada a no ser que la administración pública esté poblada por santos.

El razonamiento del párrafo anterior es sin duda ajeno al buen revolucionario. Por lo tanto, frente a hechos incómodos, frente a evidencias condenatorias, de él no cabe esperar rectificaciones, sino, por el contrario, un mayor celo revolucionario. El opio de los revolucionarios es infalible: No sólo extingue la autocrítica y acalla las conciencias, sino que reafirma la fe del creyente, aviva y renueva su voluntad de lucha. Si la fe en la llegada inexorable de la revolución es la Dulcinea del Quijote Revolucionario, que lo anima a la larga y amarga lucha, el mito del enemigo interno son los molinos de viento que una y otra vez embiste, contra los que una y otra vez se golpea sin que ello lo haga despertar de su alucinación.

Mucho se ha hablado de la deriva autoritaria del gobierno de Hugo Chávez. Las evidencias están por doquier. Hechos, acciones y decisiones contrarios al estado de derecho como la completa subordinación de los poderes públicos al ejecutivo, las expropiaciones arbitrarias, la discriminación política, el uso del poder judicial como herramienta de intimidación y castigo a los opositores, y la inoperancia de ese mismo poder judicial para frenar abusos de aliados del gobierno a terceros inocentes, prueban esta deriva autoritaria y configuran una realidad francamente repugnante para quienes nos oponemos al proceso chavista.

A pesar de todo el rechazo que en la oposición engendra el autoritarismo de Chávez, hay relativamente poca discusión sobre sus causas. Implícitamente se asume que este autoritarismo se debe únicamente a la personalidad de Chávez – esencialmente, que es tan sólo una consecuencia de su exagerada sed de poder. Poco se discute si tiene otras causas – causas que puedan ser estructurales y estar relacionadas a nuestro modelo político o económico. En resumen, no se discute si la deriva autoritaria del gobierno pueda estar asociada a los objetivos y las responsabilidades que el gobierno ha asumido, con el consentimiento de buena parte de la población.

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Publico a continuación un escrito del Dr. Álvarez Paz, referente al proceso que se le sigue


No es la primera vez que escribimos sobre la muerte del Derecho como instrumento de regulación de la vida en sociedad, de los ciudadanos entre sí y de estos con el estado-gobierno. El país está indefenso y la gente sometida a normas dictadas por el capricho, los complejos, la intolerancia ideologizada, el cohecho, la corrupción y muchos vicios más de unos poderes públicos dirigidos por un Presidente incapaz de controlar sus impulsos más primitivos. Se acabó el sagrado principio de la legalidad.

Fui citado a la Fiscalía 21 del Ministerio Publico por una comisión de la anterior Disip (¿?) que se presentó en mi casa, de noche, a entregarme una boleta fijando sitio y hora del Acto de Imputación en mi contra, sin mencionar él o los delitos. Por la prensa había tenido noticias de que dos diputados chavistas de la Asamblea, miembros de la Comisión de Ciencia y Tecnología, válgame Dios, solicitaron esta actuación y fueron debidamente complacidos. Leyendo el expediente sentí pena ajena. Se trata de la tarea que Chávez públicamente encomendó a los poderes públicos para reducir los medios independientes por la vía del terror, criminalizar penalmente a la disidencia política y ahogar, hasta hacerlas desaparecer, las noticias y denuncias contrarias al régimen o que afecten su imprecisa conducta. En este caso se trata del Auto de Procedimiento dictado por el juez Eloy Velasco de la Audiencia Nacional de España. Trata de la relación ETA-FARC y eventual colaboración del gobierno venezolano por actuaciones en nuestro territorio. Reuniones, cursos, planes, etc.

Todo debidamente soportado con indicios plurales y concurrentes, documentales y testimoniales, que dieron lugar a la investigación. Me referí a todo esto, incluido el tema del narcotráfico y lo relativo a los derechos humanos, en el programa Alò Ciudadano. En la Fiscalía ratifiqué mi intervención explicando sus alcances y objetivos.

Según boletín de prensa de la Fiscalía, el delito sería por instigación al odio contenido en el artículo 285 del Código Penal. Pero allá me enteré de que la Fiscal me imputaba también, en forma bastante genérica e imprecisa, por el artículo 132 que habla desde traición a la patria hasta conspiración y otras conductas inmoralmente adjetivadas por los diputados chavistas, con pena de 8 a 16 años y además por el artículo 296-A, referido a la generación de “zozobra e inquietud”, malestar, etc., en la población. La defensa consignó un extenso escrito con relación específica al primer caso.

Con lo demás anunciamos próximas diligencias y promovimos algunas actuaciones que en Derecho y justicia servirían para desmontar toda la maniobra. Ya veremos. Terrorismo, narcotráfico y violación de derechos humanos son delitos pluriofensivos sometidos a la jurisdicción internacional. Los procesos ya están en marcha. El gobierno venezolano es protagonista de las noticias. Estoy sometido a acoso, vigilancia y seguimiento policial.

oalvarezpaz@gmail.com Lunes, 22 de marzo de 2010

La ‘justicia’ venezolana ha detenido a Oswaldo Álvarez Paz por haber dado las siguientes declaraciones. Aquí las reproduzco. Vénganme a poner preso a mí, pues….

…a menudo la ley es apenas la voluntad del tirano; este siempre es el caso cuando dicha ley viola los derechos de un individuo

Thomas Jefferson – Carta a Isaac H. Tiffany (1819)

 

La ley es cualquier cosa que yo escriba en un pedazo de papel

Saddam Hussein

 

La ley al servicio de la tiranía

Los recientes llamados de Hugo Chávez y sus adláteres a ‘regular’ la internet resaltan nuevamente uno de los aspectos más repugnantes del proceso de degradación institucional que conocemos con el nombre de chavismo: la completa perversión del carácter y los fines de la ley. Cuando el estado usa la ley para justificar expropiaciones arbitrarias, para cerrar medios de comunicación, para intimidar y perseguir a disidentes, y para ahogar la libre discusión en foros de internet, el estado hace que la ley sirva propósitos contrarios a su naturaleza de garante de los derechos de los individuos. Y al pervertirse de esta forma, la ley deja de ser el instrumento que regula las relaciones entre personas libres, y se convierte en un instrumento al servicio de la tiranía.

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Por desgracia, es mucho lo que falta para que la ley esté encuadrada dentro de su papel. Ni siquiera cuando se ha apartado de su misión, lo ha hecho solamente con fines inocuos y defendibles. Ha hecho algo aún peor: Ha procedido en forma contraria a su propia finalidad; ha destruido su propia meta; se ha aplicado a aniquilar aquella justicia que debía hacer reinar; a anular, entre los derechos, aquellos límites que era su misión hacer respetar; ha puesto la fuerza colectiva al servicio de quienes quieran explotar, sin riesgo y sin escrúpulos, la persona, la libertad o la propiedad ajenas; ha convertido al robo, para protegerlo, en derecho y la legítima defensa en crimen, para castigarla.

 Frédéric Bastiat – La Ley

 

La reciente invasión de las tierras de los padres de la periodista Valentina Quintero y la historiadora Inés Quintero ha generado considerable discusión sobre el tema de las invasiones y su causa. Hay quien dice, de manera llana y simple, que las invasiones son apenas la obra de delincuentes, personas que gracias a su pereza (‘flojera’ en argot venezolano)  son dadas a apropiarse de lo ajeno. Desde luego, no les falta razón: En tanto que estas invasiones son actos delictivos, sus autores se convierten en delincuentes. Sin embargo, parar el análisis ahí deja sin contestar la pregunta principal: Ladrones e invasiones han existido toda la vida, pero nunca en la escala que se puede ver en la actualidad, por lo cual el auge de estos hechos no puede ser explicado por una simple apelación al carácter delictivo de sus autores.

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Suecia es un país frecuentemente usado como modelo por los defensores del Estado de Bienestar o de la socialdemocracia. Para estos defensores, Suecia es la confirmación de que es posible conjugar crecimiento económico con la completa provisión estatal de servicios sociales. Sin embargo, estos defensores parecen no saber que el modelo sueco comenzó un proceso de declive en los años 70 que culminó en una grave crisis a inicios de los 90, crisis que puso en evidencia la inviabilidad de un Estado de Bienestar ilimitado.

Los defensores del estado de bienestar tampoco parecen saber que a raíz de esa crisis, Suecia inició un ambicioso programa de reforma del Estado de Bienestar marcado por las privatizaciones y por la eliminación de los monopolios estatales en la provisión de servicios. Estas reformas no sólo han logrado revivir a la economía sueca, sino que han ofrecido a la población mayor libertad de elección y mayor calidad en los servicios que recibe.

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